domingo, 3 de abril de 2011

X X V I PREGÓN - FALTÁN 14 DÍAS

       
           2.004 - EDUARDO DEL REY TIRADO
                           
                                        Omar Millastres
           
                Clarea ante nosotros la luz nueva de la hora que más ansiamos, la del horizonte de la túnica desperezada; las vísperas de la raya perfecta de los monaguillos repeinados. Quizás haya llegado primero el capirote. Un cartón desnudo no es nada; si acaso, un anuncio o un recuerdo, el reclamo a la impaciencia, o la nostalgia de lo reciente, que casi tocamos aún y no queremos guardar en el altillo de nuestra memoria. Pero un capirote revestido de antifaz, incluso llevado bajo el brazo, es ya casi un nazareno en la calle.
                
             «Por el camino más corto y sin mirar a los lados», el nazareno alto, delgado y negro va llegando también a su destino. Y porque es llegada la hora, con su túnica raída, se nos marcha el nazareno en su última estación. Aunque hoy, el pregonero confía en que, entre tanto capirote alborotado, le hayan dejado un sitio para que pudiera asomarse a esta mañana también tan suya. Y a Jesús Nazareno pedimos ahora saber cumplir la otra Regla de mi cofradía: «hacer siempre lo que el nazareno que le precediera», para que así también quien viene tras de mí reciba el mismo ejemplo que yo recibí. Porque soy nazareno. No tengo honra mayor, ni la quiero. Es el recuerdo de una casa de calle O’Donnell donde formaba el tramo largo de mi familia y en el que yo era el más pequeño de los mayores y el mayor de los pequeños, justo en esa edad en que sólo por un año escaso no podía salir. Es el recuerdo de una entrada al alba azul y fresca. Y la vuelta a casa, varios pasos detrás de un nazareno alto, delgado y negro que andaba como andaba mi padre.
           
            Entonces yo ya era mayor; fue desde que me levantaron la primera vez de mi sueño de niño para ver entrar el Silencio. Entonces aprendí primero, entre atónito y recién despierto, que el Silencio era un nazareno que no te mira, que no te habla, que no se inmuta; como ausente, como si realmente estuviera en otro lugar, en otro tiempo. Y aprendí luego que el Silencio era descubrir cuál era tu padre por sus manos o sus pies, entre una fila larga, altísima y negra. Y que durante el año, esas manos seguían siendo las de un nazareno, porque quien acompaña a Jesús Nazareno de Madrugada, es también nazareno en la vida de cada día. Porque ser nazareno no es un rato, ni un recorrido, ni siquiera una indumentaria, sino un estilo de vida y una espiritualidad especial. Es formar parte de un cortejo de siglos, ocupando un puesto que ya alguien ocupó antes por ti, incluso de tu propia sangre. Otro vendrá más tarde, incluso de tu propia sangre, para ocuparlo cuando tú faltes. Y aprendí que ser nazareno es mantener el estilo siempre firme y el carácter inmutable de los Primitivos Nazarenos de Sevilla.



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