"LLUEVE MÁS QUE CUANDO ENTERRARON A BIGOTE".
Esta es una expresión que los sevillanos solemos usar en los día en los que, como ayer, y parece que los próximos, el cielo se abre y deja caer una densa cortina de agua cubriendo los edificios y haciendo que se acurruquen unos contra otros.
En esos días en que un chaparrón terco, persistente e intenso. hace que nos encerremos en el calor de nuestras casas, mientras las calles se van empapando y se abren esas flores de otoño, de invierno, que son los paraguas.
He de confesar que la lluvia, normalmente me deprime, quizás sea porque me priva del paseo por esta ciudad, soñada para la Primavera, para los primeros y suaves días del Otoño.
Suelo, cuando escucho el martillear incesante de las gotas sobre los tejados, asomarme a la ventana, pegar mi nariz al cristal, por el que corren hilillos de agua formando mil transparentes senderos, para mirar la calle desierta, cruzada solo por algunos que parecen fantasmas, embozados en larga gabardinas o chaquetones.
El vaho de mi aliento empaña la translúcida superficie impidiéndome la visión, paso mi mano para limpiarla, y al mirar de nuevo, el escenario parece haber cambiado.
Esta lloviendo en mi nostalgia.Estoy viendo a tres niños cargados con las maletas del colegio correr para refugiarse en algún soportal del molesto aguacero.Esos mismos niños a los que su madre, con ternura pero con firmeza le regaña mientras, en un cordel bajo la mesa camilla, se secan al calor del brasero los mojados calcetines, y ellos , entre algún que otro fingido sollozo, se ponen los confortables pijamas. Al mismo tiempo por los canalones, serpientes que se deslizan por las paredes, rezumantes de humedad, va corriendo el agua de lluvia hasta llegar a la calle, a los bordillos de la acera, donde formaran pequeños arroyuelos que desemboquen en algún husillo cercano para perderse, como se pierde ahora, plantado delante de mi ventana, la nostalgia en los fondones de mi recuerdo.