SOÑANDO SEVILLA

Sevilla se ha levantado hoy como casi siempre en Primavera; radiante, hermosa, con un cielo
tan celeste como si lo hubiera pintado el mismo Murillo; con un sol alegre, apacible, que no abrasa
sino que invita a pasear pausadamente por las calles de mi mágica ciudad.

Me he despertado, y tras tomar una tostada con un café cargado y calentito me he perdido sin rumbo.

Disfrutando cada paso, cada esquina, y siempre mirando hacia arriba.Porque Sevilla es una ciudad que nos ofrece una sorpresa a cada instante, y que desgraciadamente, en muy pocas ocasiones solemos apreciar.

Siempre las prisas, el ajetreo del trabajo, los problemas diarios, el abuso del coche, nos privan con demasiada frecuencia de todas las maravillas que se ofrecen a nuestro sentidos. Y es que casi siempre no miramos con los ojos ni con el corazón, y solo alcanzamos a ver los adoquines, el negro asfalto que pisamos por miedo a caernos en la carrera desenfrenada de nuestras vidas cotidianas.

Alzo la mirada y contemplo la grandiosa figura de la Catedral, con esa antena de los duendes
increíble que es la Giralda recortarse sobre ese cielo infínito.Me quedo con la mirada perdida en cada una de las macetas que cuelgan graciosamente de los balcones en las estrechas callejuelas.
Voy reteniendo en mi memoria cada una de las imágenes de los numerosos retablos que adornan las iglesias y muchas casas de mi Sevilla.Escucho absorto el rumor cristalino de las fuentes, el trino variopinto de los pájaros, el susurro leve de la brisa al pasar entre las ramas de los naranjos.

De repente, escucho algo extraño; un zumbido feo que no concuerda con el idílico paisaje que estoy disfrutando.

Es el despertador que me avisa que son las seis de la mañana, la hora de dejar la cama, tomarse un café bebido con prisas y salir corriendo para la oficina.

Solo ha sido un bello sueño, un sueño tan hermoso como la ciudad en la que he tenido la dicha y el

privilegio de nacer.