Su cronista, el Canciller D. PEDRO LÓPEZ DE AYALA, nos dejo escrito:
"Era grande de cuerpo, é blanco, é rubio, que seseaba en la fabla, é amo muchas muieres".
También nos comentaron de su talante impulsivo, desconcertante y violento, producido quizás, por una parálisis cerebral que dicen sufrió de pequeño, y del característico sonido de sus rodillas al andar.
Estamos hablando, tal vez lo hayáis adivinado, del Rey DON PEDRO I DE CASTILLA, cruel para algunos, justiciero para otros. Ningún personaje de la Historia de Sevilla ha tenido tan estrechamente ligadas en su vida la realidad y la leyenda.
Muchas y muy variadas fueron las leyendas que jalonaron la existencia del Monarca que engrandeció como ninguno el ALCÁZAR de los Reyes Moros, dejando para la posteridad un cúmulo de increíbles maravillas.
Leyendas de sus amores: BLANCA DE BORBÓN, su legitima e ignorada esposa, hasta el punto de mandarla recluir en un alejado convento; Doña MARÍA DE PADILLA, la única mujer que DON PEDRO realmente amó, su compañera eterna; Doña JUANA DE CASTRO; las hermanas CORONEL, ALDONZA, a la que guardaba en la TORRE DEL ORO, como un preciado tesoro, MARÍA, su amor imposible, que llego a desfigurar su rostro con aceite para borrar la belleza que despertaba los deseos de este mujeriego Rey, auténtico Don Juan del Medievo sevillano.
Leyendas que nos hablan de su peculiar modo de hacer justicia.Como aquella que nos cuenta la argucia para elegir a un juez, mandándoles contar, a los que pretendían el puesto, las naranjas que flotaban en un estanque.Dicen que D. JUAN DE PINEDA fue el único que, sospechando de la simpleza de la pregunta, supo descubrí la treta, pues lo que sobre el agua había, eran solo medías naranjas.
O la que cuenta que perdono la vida de un reo que iba a ser ahorcado, para no poner en duda su palabra ante el pueblo de Sevilla, cuando falsamente, el rufián, empezó a gritar con todas sus fuerzas que el Rey había prometido respetarle la vida.
Leyendas de un Rey espadachín, amigo de los duelos y las pendencias que, curiosamente, él mismo había prohibido.
Como la que nos relata que enfrentándose a un lego y viéndose vencido, tuvo que descubrir su identidad, y como premio a la maestría del religioso con la espada, le concedió el suministro de agua para su convento.
O aquella famosa de la vieja que alumbrándose con un candil en la noche, vio como el Rey Don PEDRO mataba a un noble caballero en duelo.Ante la importancia del personaje, su familia pidió rápidamente justicia al Rey.Este, creyendo no ser descubierto, prometió una recompensa para quien diera el nombre del asesino.
La anciana, temerosa, no quiso ir al Alcázar a descubrir la verdad, pero si lo hizo su hijo, que, de forma ingeniosa, pidiéndole a Don PEDRO que se asomara a una ventana, en realidad un espejo, le dijo que aquel que veía era el rostro del hombre que buscaba.
El Rey, mando colocar en la esquina donde ocurrieron los hechos, un cajón donde se guardaba la cabeza del culpable, y ordeno que nadie lo abriera bajo pena de muerte, pasados muchos años, al requebrajarse de viejas y podridas las maderas del mismo, dejaron visible un busto en terracota del Monarca.
Y ahí sigue, como muestra de su particular justicia, como recuerdo de ese personaje fascinante, DON PEDRO I de CASTILLA, rey de las leyendas, cuyo espíritu aún vagabundea por el ALCÁZAR, por la calle CANDILEJO, por los CONVENTOS de SANTA INÉS y SANTA CLARA, por la orilla del río, dejando por el aire, el eco del extraño crujir de sus huesos.
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