Ramón Simón García |
Hoy Señor y como siempre, en tu presencia, no me sale la voz del cuerpo y mucho menos hablarte en poesía, con lo fácil que es rimar, tu bello sueño, tu singular dulzura, tu eterna Buena Muerte.
Tú, Rector Magnifico de la Universidad de la fe, desde la Cátedra Suprema del Amor, me has impartido las lecciones de la más importante asignatura.
Cuanto le temo al examen final, no tanto de la teoría como de la práctica, que me otorgaría el diploma de Tu licenciatura.
Créeme que pasé de la fácil lección del monaguillo, a la de la dura cruz del nazareno y realicé como pude los trabajos de colaboración...
En nada me consuela, tener la seguridad de que me condonarías ese tema por su dificultad en el examen de un inmediato Junio.Deseo mejor llegar a la última convocatoria de mi Septiembre y presentarme no sólo con toda la dimensión de tu asignatura perfectamente aprendida, sino con muchos trabajos realizados para que me puedas dar, no un sobresaliente, ni tan siquiera un mero aprobado, sino el premio de oírte decir: Se sabe usted la lección de mi Buena Muerte.
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